Gallego es hombre de palabra sosegada y gesto cortés. Tiene el aire amable de quien no le cuesta hacer amigos y la energía necesaria para mostrar y defender su obra por medio mundo, desde Japón a París. En París clavó Gallego la pica de la pintura asturiana con total éxito y con la soledad del que sabe que no puede contar más que consigo mismo.

Por técnica y temática, Gallego está cerca de los que creen que la luz es esencial para que la pintura consiga lo que debe: representar figuras y cosas imaginadas y autenticas a la vez.

Gallego no es un tardo-iluminista, sino más bien un pintor romántico, y además un romántico cálido del Sur, y los románticos toman la luz como una expresión anímica más.

 

Luis Díez Tejón

(El Comercio - 1996)